TIZIANO
-Francesco, moled el azul cobalto-
Tiziano Vecelio trabajaba en un cuadro de pequeño formato: Cristo y el Cireneo. En él, Jesús mira
al espectador con actitud doliente
mientras es ayudado a transportar la cruz, de la que se ve lo fundamental, por
un hombre con vestimenta azul.
-¡Aprisa! no tengo toda la mañana- increpó al
joven, que sudaba debido a la presión
del maestro y al intenso calor.
Cada vez que repasaba la mirada de
Nuestro Señor un escalofrío recorría el
cuerpo del viejo, pues reflejaba su mismo miedo a la muerte, aunque sabía que
estaba cerca, pues ya contaba con más de 90 años…
La mañana siguió como de costumbre:
El pintor se tomó un descanso de sus
quehaceres, y ordenó a uno de sus músicos que tocara una vieja melodía de su
tierra, el Véneto italiano.
Oyendo las notas el anciano volvió a su
infancia en una casa de mediano tamaño, ni mucho menos de las más pobres de la
población. Allí había pasado algunos años felices….
Todos estos recuerdos se interrumpieron
súbitamente, al sonar el pesado aldabón de la puerta. De inmediato acudió
Piero, uno de los criados, a abrir:
-¿Maese Tiziano, por ventura? -Preguntó el
desconocido.
Al oír su nombre, el anciano se levantó
trabajosamente y avanzó expectante ante
el recién llegado:
Se trataba de un hombre alto y de cuerpo grueso,
vestido con botas de montar, pantalones, jubón y capa, todo ello de
color negro excepto la hebilla del pantalón, de color plateado. Su rostro,
extremadamente pálido, era ancho y de facciones durísimas.
-Yo soy Tiziano- proclamó el anciano
orgullosamente-¿Qué puedo hacer por vos?-
El desconocido sonrió. Su dentadura,
blanquísima, rivalizaba con el tono de su piel:
-Veo que vuestra actividad es febril- observó el desconocido mientras se acercaba
al boceto de La Gloria, cuadro que había acompañado a Carlos V en su lecho de
muerte, y que había sido un encargo de este.
El anciano se impacientaba. Repitió de otro
modo la pregunta:
-Tal vez si me decís que puedo hacer por vos-
El desconocido se giró bruscamente, con una
sonrisa de oreja a oreja:
-bien, vayamos a lo que nos atañe: Deseo que
hagáis una Piedad...-
-No hay problema… ¿mas quien me lo pide?
Porque es extraño que para semejante menester no haya venido un sirviente, en
lugar de alguien de nobleza indudable.
El caballero sonrió complacido
-Oh no os preocupéis… ya sabréis quien es
vuestro comitente llegado el momento…-
Hizo una pausa dramática y continuó-
-Vuestro comitente sabe que satisfaréis el
encargo a su entero gusto, pero para ello tenéis un plazo de tiempo.-
Tiziano, que no estaba acostumbrado a trabajar
con límite de tiempo, se indignó:
-¡El arte no puede constreñirse a las
vicisitudes humanas o del tiempo, solo quien se dedica a ello puede
comprenderlo! Un cuadro es como un niño, necesita ser alimentado pero no a todas horas, no se debe pintar por el hecho
de pintar.-
-En este caso sí- Respondió tajante el
caballero.
-6 meses- sentenció el hombre- después vendré
a buscar…a buscaros.
El viejo pareció entender, y el caballero se
rio de buena gana:
-Vuestro comitente soy yo: La muerte. El
cuadro que haréis será el que adorne vuestro sepulcro.
El anciano se postró de rodillas y entre lágrimas
preguntó:
-¿Cómo será? ¿Sufriré?-
-Peste- Respondió la muerte de modo lacónico-
Vuestro hijo también.
Tiziano se abalanzó entonces a una
sorprendent huesuda pierna e imploró:
-¡Mi hijo no! ¡Conformaos conmigo!-
La muerte se agachó, poniéndose a la altura
del anciano, y le sonrió. Sus ojos,
antes expresivos, se habían vuelto negros y translucidos.
-Debéis descansar, tenéis muchos años y muchas tragedias a
vuestras espaldas-
El anciano replicó:
-Tengo miedo, mi fe no es suficiente-
-No hay nada que prepare para asumirlo
completamente- Pero lo que la gente no piensa, es en la paz que hay después del
viaje…no temáis- Los ojos de la muerte se tornaron extrañamente amables.- No
prolongaré mucho vuestro sufrimiento…lo prometo.
Tiziano soltó la pierna de La muerte y esta se
marchó sin decir nada mas.
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